Chile, 11 de septiembre de 1973. El último discurso de Salvador Allende, el presidente soñador, amigo de Fidel Castro y de los pobres

11 de septiembre de 1973. Palacio La Moneda, 9 a. m. Salvador Allende mira a su alrededor y se da cuenta de que alguien no ha obedecido sus órdenes. Miria Contreras, su secretaria personal conocida con el sobrenombre de “Payita”, siempre está a su lado. En la misma sala del palacio presidencial también se encuentran el escritor Luis Sepúlveda y gran parte del Gap – Grupo de Amigos Personales. Todos los ojos están puestos en Allende para la orden final: “Sal y corre. Me quedo aquí”.
Esta vez nadie puede chatear, ni siquiera Payita. Alguien suplica, le pide al presidente -porque para ellos es y será siempre el presidente- que huya, que acepte las condiciones del traidor Pinochet. De un vistazo, el orgullo de Allende va más allá de la explosión de las bombas por un momento: todos entienden. Salen. El presidente se queda solo en la oficina.

Sólo Radio Magallanes logra resistir el yugo de los soldados infieles dirigidos por Pinochet y controlados a distancia por la Casa Blanca. La emisora ​​aguantará lo suficiente para que Allende pronuncie su último discurso al país.

9:10 am Allende articula las palabras para no transmitir al pueblo chileno el miedo y el terror de las últimas frases antes del silencio.
“Mis amigos”. Así se dirige a los chilenos. “Al encontrarme en este punto de la historia, pagaré mi lealtad a las personas de mi vida”.

Él sabe que es el final. Su sueño y su sueño, aunque compartido por la mayoría de los chilenos que lo eligieron. Pero ahora todos están encerrados en la casa temblando. Los enemigos, dice Allende, “tienen fuerza, nos pueden subyugar, pero los procesos sociales no se detienen ni por el crimen ni por la fuerza”. No menciona a Pinochet, no menciona a Estados Unidos. No se lo merecen. “La historia es nuestra y la hacen los pueblos”. Pero la historia a menudo toma un giro equivocado. “Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a los que serán perseguidos, porque el fascismo ya hace tiempo que apareció en nuestro país. L’histoire les jugera.” Allende est prophétique : dans les années suivantes, les rebelles seront persécutés, les voix des dissidents seront censurées, l’écrivain Luis Sepúlveda sera arrêté et torturé, et bien d’autres comme lui. “Je serais toujours contigo. Sepan que, tarde o temprano, se abrirán nuevamente las grandes avenidas por donde pasará el hombre libre, para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile! ¡Fuera la gente! ¡Viva los trabajadores!”.

Allende concluye su discurso y se prepara para el cerco al Palacio de La Moneda. Llegan los bombardeos, pero también una llamada telefónica del traidor Pinochet, quien le ordena rendirse prometiéndole una fuga al extranjero. Él le dice que ahora está al mando en Chile, con el apoyo del ejército. Allende ya lo sabe. Rechaza la oferta, cuelga el teléfono y se prepara para el final.

Todos salieron de la oficina presidencial, incluso Payita. “Serán detenidos, torturados o ejecutados”, pensó Allende. Pero tal vez también podrían salvarse a sí mismos. No él, excepto por el recuerdo de la historia.

Y la historia nos habla de las 39.000 preferencias que separaban a Allende tres años antes, con un 36%, del 35% de Alessandri Rodríguez. Así, el 21 de noviembre de 1970, Chile tenía un nuevo presidente, el primer marxista (además del cubano Fidel Castro, que era su amigo) elegido democráticamente en América del Sur.

Muy pronto, las políticas sociales de Allende comenzaron a materializarse precisamente sobre el modelo de Fidel. Comida gratis para los pobres, leche garantizada para todos los niños, incentivos para la alfabetización, mayores pensiones y salarios mínimos. Se fundó la Secretaría de la Mujer, que se ocupa de sus derechos y las ayuda en la lucha por mejorar sus condiciones económicas y sociales. En la práctica, Allende demuestra al mundo que es posible tener un gobierno marxista sin renunciar al sistema democrático. No la dictadura o el abuso, sino el crecimiento de la sociedad civil bajo la bandera de los derechos y la igualdad.

Como si eso no fuera ya motivo suficiente para desencadenar la reacción estadounidense, el gobierno chileno decidió reabrir las relaciones diplomáticas con Cuba.

“Desde los primeros compases, Allende –reconstruye el sitio La Visión– multiplica el número de sus enemigos. Eliminar los subsidios estatales a las escuelas privadas y legalizar el aborto, yendo en contra de la Iglesia Católica. Con la reforma agraria se atrajo el odio de la clase media terrateniente. Nacionaliza los bancos y especialmente las minas de cobre, una enorme riqueza que estaba hasta entonces en manos de dos empresas americanas, Kennecott y Anaconda. La segunda fase de sabotaje al estado chileno, Track 2, es activada por Washington como parte de la Operación Cóndor, ligada a intereses norteamericanos en toda Sudamérica. Comienza la fase de desestabilización de la economía chilena que culminará con el golpe de estado del 11 de septiembre de 1973”.

Estrella Serna

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